Mi lugar está en la alegría. Fátima es una mujer que sueña con todas las posibilidades de justicia para alcanzar la felicidad, libertad e igualdad.
Para ella las justicias son espacios que nos permiten a las mujeres y personas mirar, escuchar y reflejarnos – la una a la otra- como una sola, una sola diversa, que por la historia, el cuerpo y el espacio que ocupa, puede generar alternativas a las violencias, desigualdades y discriminaciones que nos afectan. Está convencida de que desde esos espacios de la voz, escucha y sentimiento se tejen las verdaderas justicias.
Su lucha es por sanar sus dolores y resentimientos históricos: los de la vida de su madre, sus abuelas y ancestras; su historia. Para hacerlo, comienza con ella misma: “ya no me avergüenzo de ser maya, ya no me avergüenzo de ser morena, ya no me avergüenzo de los ojos en mi rostro. Ahora, lo que veo lo amo y lo abrazo.”
Fátima está orgullosa de recuperar su cuerpo indio, “tan bonito como la tierra y las raíces del árbol.” Sanar su historia pasa por sanar a mis abuelas aunque ya no estén. Por eso trabaja con mujeres mayas para construir juntas también historias de justicias. Sostiene que la primera justicia comienza por la nuestra y que esta es colectiva.
Le importa sentirse tratada en justicia: con voz, valía y agencia. “No soy producto de la interseccionalidad, no soy producto de sistemas de opresión que convergen en mí. Mi lugar está en la alegría, en la dignidad de lo vivido, en la resistencia de lo que quiero transformar. A mi me gusta hablar de lo que hago y no de lo que sufro, de lo que genero y no de lo que me imponen, de mis necesidades para sentirme en justicia y no de la justicia del Estado o de la justicia que otras personas deciden para mí.”
La justicia para ella también pasa por recuperar sus sentires, afectos y deseos hacia otra mujer. Re-existir lesbiana es hacerlo en los cuidados, la ternura y el amor: sin violencias machistas. Fátima disfruta despertar viendo los ojos de su compañera de vida, tomarse un café con ella, besar a su perro y bailar con él. Disfruta construir ideas en conjunto, debatir, repensar y reconstruir propuestas de trabajo. Disfruta trabajar con el corazón puesto en Equis Justicia para las Mujeres, “hacer ejercicio y mover el cuerpo aunque no sepa bailar.”


En su camino le han acompañado sus ancestras, hermanas, vecinas, amigas, parejas y compañeras de todos sus trabajos; maestras todas de vida, mujeres diversas: indígenas, feministas, trans, trabajadoras del hogar, lesbianas, mujeres con y sin condiciones de discapacidad, comunistas, académicas y mujeres blancas burguesas que me han enseñado de la diversidad, complementariedad y sororidad entre nosotras. “De todas he aprendido y de todas soy un poco, a todas les debo ser y estar en el lugar que hoy ocupo.”
Fátima nos recuerda que la cosecha no es para un interés individual sino para devolver, para compartir, para agradecer, pero sobre todo para vivir. Y vivir, al menos hasta lo que hoy entiende, es para acompañar a personas, denunciar injusticias, facilitar espacios, aportar a las risas, las ideas, la felicidad y los sueños de las personas y grupos que quieren y pueden (lo que mis abuelas no pudieron) construir realidades más justas, más iguales.
“Realidades en donde las personas, al mirarnos a los ojos, reconozcamos, sin importar nuestras diferencias, nuestra humanidad y por tanto nuestros derechos.”


Su convicción es que quienes quieran justicia para todas las mujeres, quienes quieran generar un cambio, tendrán que empezar desde sí mismas y sus historias -incluso si son de privilegio- y no desde las historias, los cuerpos y contextos de otras mujeres. Invita a mirarnos con voz propia, agencia y acción.