Darinka Lejarazu

La inofensiva Darinka. Darinka ha aprendido que la amistad se forja en la pelea, que la fuerza no está nunca en disputa con la ternura y que su cuerpo no está hecho para pasar por encima de otras personas sino para acompañarlas en el proceso de crecer y despojarse del miedo.
Rodillas raspadas y ojos llorosos. Con un cuerpo que ella percibía delgado, pequeño y frágil, Darinka creció con la idea de que su cuerpo le jugaba en contra todo el tiempo, que no era un cuerpo completo, que era un cuerpo enfermo a pesar de que gozara de perfecta salud. Siempre la más pequeña, la más sensible… la más inofensiva. Así creció, sintiéndose inofensiva.

No fue una persona en particular quien la hizo sentir así. Eran todas las personas que, sin decírselo directamente, se lo transmitían.

A pesar de esto, la niña Darinka disfrutaba correr, ensuciarse y revolcarse en lodo con otras niñas y pelear. Pero un día esto cambió: “me rompí el brazo y ahí fue definitivo… me convencí de que mi cuerpo no servía, de que no servía para esto ni para nada.”

Su mamá la regañó por los raspones en la cara: “una niña no se puede ver así, parece que te peleaste en una cantina”. No la culpa, porque eso fue lo que a ella le enseñaron: su labor era criar a una niña, a una princesa y no a una chamaca que vuelve a casa como boxeador.

“Lo dejé por la paz. Dejé de ser niña y me convertí en lo que nombraron una señorita y ahí todo se fue a la mierda”. A partir de entonces su cuerpo sólo servía para provocar comentarios incómodos, miradas lascivas por parte de hombres que la habían visto crecer… crecer inofensiva.

Y no le pasó nada grave sino solo el susto. A Darinka le tocaron una teta por encima del uniforme de la secundaria en las escaleras de un paso a desnivel vacío y oscuro. Tres o cuatro veces tuvo que ver a unos tipos masturbarse frente a ella. Otras cuantas le tocaron el culo en el metro, en el autobús y en el mercado. “No me pasó nada grave, sólo el susto. El susto que se convierte en miedo y se instala en el cuerpo.”
Para ella el miedo es grave y, cuando te sabes inofensiva, paraliza. Cuando era adolescente platicaba con sus amigas sobre qué se podría hacer si un hombre las atacaba y la respuesta siempre era NADA. “Aferrarte a la vida y ya”, “rogarle al Dios en el que tal vez no crees que tenga piedad, que esta vez sí te socorra, que te salve porque un ser como nosotras no es capaz. Porque nacimos inofensivas”.

Durante mucho tiempo Darinka trató mal a su cuerpo. Lo culpó de no ser perfecto, lo ocultó, lo negó, lo hizo pasar hambre, lo odié por no ser lo bonito que todas las personas me decían que debía ser. Pero tampoco sirvió de nada.

Por eso dejó de ser inofensiva. “Lo aprendí la primera vez que escuché el estruendo de mi patada contra el thai pad, con el primer grito de “buen golpe” de mi entrenador, la primera vez que logré jugar burro castigado a los 22 años, con mi metro y medio de estatura” Le bastó un momento para saber que su cuerpo no tiene límites, cuando saltó a una chica mucho más alta que ella.
Ahora puede reconocer que su cuerpo baila como nunca, camina, corre, salta. “Este cuerpo no lo puede todo y lo sabe, pero todo lo intenta porque hoy tal vez no puede pero mañana igual y si.” Hoy se viste como quiere, se sabe salvaje e indomable.

“Este cuerpo pequeño se ha guerreado el conquistarse a sí mismo. Este cuerpo se ha transformado y ya no siente tanto miedo.”

Si hoy le preguntan a Darinka, “¿qué se puede hacer si un hombre te ataca?” nos diría “responder como perra rabiosa, porque yo ya no soy inofensiva”.
Tú puedes ayudar a construir una sociedad en la que vivamos sin miedo a ser quienes somos. Un México incluyente, en el que nadie pueda matar nuestros sueños con su odio. Un país seguro para todas las personas.

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